Proyecto de interiorismo para la primera clínica de dermatología de su propietaria. El espacio debía ir más allá de dialogar con esta rama de la medicina; tenía, además, que contar algo sobre la profesional que había tras la nueva marca, traduciéndolo en un consultorio cálido, afectivo y joven. Se apostó por el concepto de un atardecer envolvente que contiene todos los tonos de la piel. Esta idea se representa por formas sinuosas y un papel tapiz, hecho a medida con gradaciones de color que son superpuestas mediante un grafismo que saca de contexto las capas de la piel, una propuesta que apunta a que los pacientes experimenten aquel recorrido microscópico. Se trata de un sistema de formas y sensaciones envolventes que dialogan entre si.