Una nueva dirección asumió el histórico y prestigioso Teatro Nacional Argentino y decidió repensar su comunicación visual. Mediante un análisis inicial que incluyó entrevistas y revisión de archivos, se dedujo que el Teatro ofrecía una imagen –solemne, antigua– muy diferente del perfil buscado: un espacio vibrante y vital, donde lo nuevo pueda acontecer. Se propuso desarrollar una identidad visual que innovara y apuntara a construir una imagen contemporánea e impactante. Debía atraer la atención sobre el teatro y comunicar un cambio institucional en el que se volviera a hablar de riesgo y transformación. La implementación del nuevo concepto se realizó en etapas y aún continúa.